Mucho se habla de la “frecuencia vibratoria” de las personas.
Como metáfora, es poderosa: evoca la idea de que nuestras emociones, pensamientos y actitudes tienen un impacto en los demás. Nos recuerda que la calma inspira calma, y que la alegría puede ser contagiosa.
Pero desde la ciencia, no existen pruebas de que los seres humanos emitan frecuencias medibles en hercios que determinen nuestra espiritualidad o valor personal. Lo que sí sabemos es que nuestro cuerpo responde a vibraciones mecánicas (como en la música o la fisioterapia), y que nuestro estado emocional puede influir en el bienestar de otros, no por “campos energéticos invisibles”, sino gracias a la empatía, la comunicación no verbal y las neuronas espejo.
Entonces, ¿qué hacer con esta metáfora?
Podemos usarla como recordatorio inspirador: cuando cuidas tus emociones, cultivas la serenidad y te rodeas de personas que transmiten confianza, tu entorno se transforma. No porque midas 200 o 400 Hz, sino porque tu actitud genera un efecto real en quienes te acompañan.
La verdadera “frecuencia” que compartimos con los demás es la forma en que nos tratamos unos a otros.
Y esa, aunque no se mida con aparatos, sí puede sentirse y cambiar vidas.
My Diary - Leonardo Cardillo 